McLuhan vive. El medio sigue siendo el mensaje. Esta visión premonitoria del sociólogo canadiense en los años 60 permanece vigente hoy en día. Fue él quien puso de moda entonces un término que, 60 años después, en 2016, sigue en boca de todos. Se trata de la “Aldea global” o globalización, descrita en Understanding Media (1964).
Podemos pensar que desde entonces hemos evolucionado de manera radical, que la comunicación ha dado un vuelco de 180 grados, en especial en cuanto a sus instrumentos y nuevos canales. Hasta hace solo 30 años desconocíamos el correo electrónico, y hace apenas 20 que usamos el teléfono móvil. Ambas cosas, el correo electrónico y el móvil personal –y sus múltiples funciones, que van mucho más allá que la del mero teléfono- son hoy algo de lo que sencillamente no se puede prescindir.
Por su parte, las Redes Sociales son el medio de comunicación favorito de los usuarios. Twitter se ha convertido en el canal donde muchos políticos, empresas e instituciones emiten sus comunicados oficiales. Por su parte, Youtube (de Google) y Facebook son las plataformas donde más de ven y se leen las noticias, hasta un 60%. Y eso a pesar del cierre de Google News España en 2015.
Tal es su relevancia e influencia, que ambos gigantes han anunciado recientemente que los portales de noticias falsas no podrán beneficiarse de anuncios online, provocando así su asfixia económica. Facebook y Google se posicionan muy por encima de la prensa escrita, de capa caída por el declive del papel, y por encima incluso de la “home” de los propios diarios digitales, tanto de los tradicionales –El País, El Mundo, ABC…-, como los digitales de más reciente creación, que proliferan tanto en nuestros días: Libertad digital, el Español, el Independiente, Ok diario o el Confidencial, por citar sólo algunos. Por tanto, si queréis que vuestras noticias se lean, la mejor manera de difundirlas es a través de las redes sociales.
Sin embargo, pese a todos estos avances, la política – espectáculo descrita por MacLuhan cobra especial relieve no solo en España sino en todo el mundo. Algunos ejemplos son las instantáneas bien buscadas de “Podemos”, como la de Bescansa con su hijo en el Congreso, el beso entre Iglesias y Domenech, o el regalo de la serie “Juego de tronos” a su Majestad el Rey Felipe VI. Pero también encontramos política espectáculo en las campañas electorales norteamericanas, donde factores como el vestuario y el tono alcanzan casi más relieve que el contenido del programa que se presenta.
El contenido se reduce a la mínima expresión, cuando no desaparece del todo, como consecuencia del relativismo que todo lo invade, del “todo vale” y de la escasez de principios sólidos. Los canales y medios son novedosos, creativos, rápidos, pero seguimos sin tener apenas nada que decir, nada que aportar.
Cuanto mayor es el espectáculo, menor suele ser la aportación del mensaje. Fondo y forma, según los términos aristotélicos, deben ir unidos, se complementan. El problema viene cuando uno de los dos, el fondo, es casi inexistente. Entonces, el protagonismo de la forma reclama toda la atención. En eso ha caído la política también del PP en España, con la creación de su himno en versión latina, para distraer a las masas sin aportar nada real y constructivo a la comunidad.
Por el contrario, cuando una comunicación institucional o política se centra en algún elemento clave, en argumentos racionales, bien explicados, de forma clara y sencilla, es cuanto más suele aportar y cuando más debe reclamar toda nuestra atención. No dejemos que la inmediatez o la creatividad del formato nos distraigan de su contenido. La verdad no necesita florituras, sino que brilla por sí sola.
María Luengo