Ciclo El necesario Fortalecimiento de España

IV sesión sobre “La defensa de las Raíces Cristianas de Europa”

Presentación de Jaime Mayor Oreja

16 de abril de 2018

Me corresponde iniciar la sesión de hoy en este ciclo de “El fortalecimiento necesario de España” que se vincula a las raíces cristianas de Europa explicando el por qué, la razón de esta asociación.

Cuando nos referimos al necesario fortalecimiento de una nación como España, muchos se limitan, valga la redundancia, al necesario fortalecimiento de la Constitución democrática de 1978 o la exigencia de perfeccionar el Estado Derecho.

Todo ello es verdad, pero insuficiente. Una nación es más que un texto constitucional es más que una mera unidad territorial. Una nación, una unión, encierra unas profundas raíces y como en todo, tenemos la obligación de buscarlas, comprenderlas y defenderlas.

La verdad nunca está en la superficie, siempre está en la raíz, a diferencia de la mentira, que necesita y solo sobrevive en la superficie. Lo mismo sucede con una nación.

El continente de una nación, su texto constitucional es relevante, pero el contenido aún lo es más. Lo que sucede es que en general es más difícil comprender y profundizar en el contenido de una realidad que describir y enunciar el continente de la misma.

El contenido está más en la raíz de nosotros mismos, de nuestra sociedad, de nuestra civilización. Con el título de hoy “raíces cristianas de Europa”, abordamos el contenido de la historia de España.

La crisis profunda que vivimos en la sociedad occidental se expresa en España en forma de crisis de nación, de forma implacable porque es hoy nuestro punto más débil. Pero el fondo de la crisis en España es el mismo que en resto de países occidentales, aunque se manifiesta de otra manera.

Vivimos un momento en el que creo, sin miedo a exagerar, está presidido por el desorden. Desde hace un tiempo vivimos un desorden sorprendente o dicho en otras palabras vivimos cada día una sorpresa desordenada.

Lo que vivimos es fruto de la casualidad, es casual o por el contrario obedece a una causa profunda. ¿Casual o causal? La respuesta al menos para mí es obvia; Los hechos no se producen por casualidad.

Hemos ido perdiendo aceleradamente referencias permanentes, cada día tenemos menos convicciones, cada día creemos menos y, por el contrario, cada día nuestra comodidad, nuestro confort, la prioridad de nuestro dinero adquiere más relevancia que nunca en nuestras vidas.

La crisis que vivimos hoy en las sociedades occidentales no es solo económica, financiera, ni política, ni institucional. Es de naturaleza moral, no radica exclusivamente en la política o en la economía, sino que está en el corazón de nuestra civilización, en la persona, en nosotros mismos, en nuestra actitud personal ante la vida.

Por ello, la crisis no solo es global en términos geográficos, sino que es total, radica en todas las instituciones ya que la persona es el denominador común de todas y cada una de ellas.

¡Cómo vamos a sorprendernos del desorden que nos invade, elección tras elección, suceso tras suceso en nuestra sociedad, si estamos perdiendo a chorros referencias permanentes, o que al menos creíamos que eran permanentes, estables y duraderas!

Si hay que ir a la raíz de la crisis que vivimos, también hay que ser capaces de ir a la raíz de la naturaleza del debate político social que preside y sacude la sociedad accidental.

Hoy ya no vivimos en el mismo debate político de las últimas décadas entre izquierda y derecha, cristianodemócratas y socialdemócratas o entre liberales y socialistas.

En los últimos años, en las sociedades democráticas vivimos otro debate, entre el mundo que se ha ido gestando llamémosle “nuevo orden mundial” y una reacción extrema, a veces en la dirección del “vista a la derecha” y en otras ocasiones en el “vista a la izquierda”, utilizando un símil militar. Este y no otro es el debate que hoy preside, sacude y desordena Europa.

El nuevo orden mundial no es el fruto de una teoría conspiratoria, ni la consecuencia de una exageración, sino que se trata de una realidad.

Permítame que me posiciones en este debate. No soy un relativista, ni creo en el nuevo orden mundial que se está impulsando, pero tampoco creo en la reacción, en el extremo, en el populismo. Creo solo en la necesidad de la regeneración de los valores, no en fenómenos reactivos. Me considero huérfano en este debate actual.

Me acabo de referir al nuevo orden mundial y me preguntarán con razón, esto ¿qué significa? Les diré que no es fácil de contestar, porque es un concepto evanescente, difuso, que no tiene claros los límites, no sabemos dónde comienza y dónde termina. Es tan difícil de describir, entre otras razones porque es una palabra prohibida, no existe en el diccionario de uso político, no lo verán ustedes en los medios de comunicación, pero no duden que se trata de una realidad.

En términos prácticos y cotidianos, para que ustedes me entiendan, es lo que ustedes tienen delante de sus ojos cuando se acercan todas las noches a la televisión, cuando observan una moda dominante en muchos de los ambientes e instituciones en los que conviven.

En términos teóricos, tratando de definir más que describir, es la suma de dos componentes: el mundialismo y el relativismo moral. Por ello, el nuevo orden mundial es tan difícil de acotar y definir, como lo es la esencia, su parte nuclear; el relativismo moral, esto es, la causa de la pérdida creciente de referencias permanentes, la socialización de la nada, la sociedad líquida, el pensamiento débil.

Está dentro de nosotros mismos, en el corazón de nuestras sociedades, y por ello, con carácter general, constituye otra palabra prohibida y excluida de lo políticamente correcto, de la moda dominante. No basta con criticar o descalificar la reacción extrema, el populismo, como lo hacen muchos, sin ser capaces de explicar, sin tener el valor de decir que la causa más profunda de la crisis que vivimos es el asentamiento creciente de este nuevo orden mundial al que me acabo de referir y que lamentablemente, muchos consideran el mal menor.

Este nuevo orden mundial, de momento, no es neutro ni inocuo con los valores y raíces cristianas de Europa. Está presidido por una obsesión enfermiza de reemplazar, de redefinir y finalmente destruirlos. Este nuevo orden mundial asentado en la nada, es la antesala y principal causa del desorden al que antes me refería, a la sorpresa desordenada y al desorden sorprendente que nos invade.

Pero la nada no concluye en la nada, y un relativismo extremo nos conduce por la pendiente del totalitarismo, a una situación en la que todo aquel que discrepa de la moda dominante, es marginalizado, incluso puede empezar a sentir la persecución.

Asimismo, se excluyen del ambiente político todos los debates profundos que puedan perturbar el desarrollo de esta moda. Se modifica asimismo la jerarquía de las cuestiones a debatir y a considerar. Esto no es una exageración, lo estamos viendo estos días en España, permítame el inciso.

Entre un debate de auténtico calado y trascendencia, el cuestionamiento en la práctica de un espacio policial y judicial europeo, tras la resolución de los jueces alemanes, y el máster de la presidenta de la comunidad de Madrid, este último sin duda el más irrelevante, ha arrasado en la mayoría de los medios de comunicación. Pues bien, en esta moda dominante, en la mayoría de las ocasiones defender lo que para muchos es obvio constituye una provocación.

Si te atreves a afirmar que un hombre por propia naturaleza es diferente a una mujer, que la mujer es mujer, y el hombre es hombre, que el matrimonio es una institución entre hombre y mujer, que la vida constituye un bien a proteger desde el comienzo hasta el final, que no puedes hacer lo que te da la gana, cuando te da la gana y como te dé la gana, porque la libertad no nos hace verdaderos, estás provocando.

Puedes no solo ser reprobado, sino cada vez más perseguido. Esta es la dificultad principal de nuestra situación actual, la defensa de lo obvio. No tenemos el derecho de resignación, tenemos la obligación de no resignarnos.

Defender lo que hemos aprendido en nuestras casas, a través de nuestros padres, lo que la razón nos dicta, lo que la vida nos enseña, defender estas lecciones de vida y obviedades para nosotros, no puede ser considerado algo inaceptable, un desafío, una provocación. Hay que atreverse a decir que no.

La estrategia de este nuevo orden mundial, de esa moda dominante, es inequívoca, implacable, silenciosa y permítame, esperpéntica y grotesca. Consiste en que todos los que discrepan por defender valores propios de nuestra civilización de raíz cristiana, son calificados de inmediato como “ultras”: Ultra religiosos, ultraconservadores, homófobos, cavernícolas. Lo que tienen que preguntarse por qué cada vez hay más “ultras” sin pretender ni querer serlo. Esto constituye un ataque frontal al valor de la libertad.

Lo mismo sucede con determinadas naciones europeas. Si se alejan de la moda dominante en cuestiones tales como la vida, la familia, el matrimonio, los valores, los refugiados, como es el caso de Hungría, Polonia, Eslovaquia, Chequia, esto es, en los países asociados en la cumbre de Visegrado, los países del Este de Europa son calificados también como ultras, incluso son amenazados con sanciones desde las más altas instancias de la Unión, obsesionada como un sastre a hacer un traje a la medida.

Es una fórmula grotesca en los tiempos que vivimos, que lo único que pretende es ejemplificar, demonizar y sobre todo intimidar una actitud que resulta inquietante, más que para los que lo padecen, para el futuro de la Unión. Europa necesita una reconciliación en valores, precisa que se detenga esta permanente intimidación a quienes tienen una visión trascendente de nuestra vida. Los que se acercan a Europa solo desde una “ética laica” merecen el máximo respeto, pero los que nos acercamos a Europa desde la convicción de los valores trascendentes, tenemos el mismo derecho a exigir respeto a nuestras convicciones.

Tenemos que ser capaces, atrevernos a dotar de más alma a Europa. La Europa de los padres fundadores de la Segunda Guerra Mundial se caracterizaba porque estaba plena de alma y apenas tenía cuerpo. Hoy, por el contrario, hemos construido una Unión que indudablemente tiene cuerpo, pero apenas tiene alma, porque hemos olvidado sus raíces cristianas, sus pilares, sus fundamentos, su razón de ser, su ambición política, que solo puede ser el fruto, la consecuencia de una profunda dimensión moral. Si no hay dimensión moral, nunca habrá ambición política.

Señoras y señores, aunque algunos creamos que la descristianización de Europa, la pérdida de fe ha constituido un factor decisivo para explicar lo que nos sucede, nadie hoy puede pretender ni pretende que todos los europeos sean cristianos, que todos los europeos compartan la fe de algunos de nosotros.

Pero sí afirmamos que, para afrontar la crisis que sufrimos, tenemos que aceptar y respetar la verdad de las raíces cristianas de nuestra civilización. En términos históricos recientes, es simplemente el enunciado de una verdad, empezando por la trayectoria personal de los fundadores de Europa de Jean Monnet, Robert Schuman, Alcide De Gasperi, de Konrad Adenauer, todos ellos impulsados por sus profundas convicciones cristianas y religiosas.

Lo que no es posible es la actual obsesión enfermiza, a través de leyes, instituciones, a través de una doctrina basada en supuestos nuevos y falsos derechos, que siempre concluyen unos y otros sistemáticamente en el reemplazo y sustitución del núcleo esencial de nuestros valores.

No habrá proyecto europeo de futuro si no nos volvemos a encaminar y dirigir nuestro tiempo, nuestro esfuerzo, en aras de una reconciliación en valores, que impida que se siga agigantando la actual grieta entre conservadores y progresistas en Europa.

Pero la principal responsabilidad es de quien hoy desempeña el papel de Goliat, no de quienes hoy representamos a David en una batalla desigual. Señoras y señores, la culpa, la responsabilidad, no está solo en los que, por unas razones u otras, tratan de impulsar este nuevo orden mundial a través de un abrumador ruido mediático que dominan.

El problema, la responsabilidad está muy presente en nosotros mismos, y en nuestra falta de comparecencia en este debate público, mucho más cultural que político, en nuestro silencio y cobardía ante esta moda dominante, en nuestro miedo reverencial al mismo, en definitiva, en nuestra falta de “valor” en singular en esta crisis de “valores” en plural.

Ante ella, solo caben dos actitudes. La primera basada en la resignación, fundamentada en que esta moda dominante está instalada para siempre, vinculada a los nuevos tiempos, que necesariamente tenemos que aceptarla o cuanto menos, que exige que nos pongamos de perfil.

La segunda que algunos defendemos es que seamos capaces de resistir, de comprender el significado de una cultura de resistencia, de no resignación, y por ello, con capacidad de esfuerzo y sufrimiento para defender la verdad.

Jaime Mayor Oreja

Texto íntegro de la intervención de Jaime Mayor OrejaIntervencion de Jaime Mayor Oreja – El necesario Fortalecimiento de España
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