La civilización occidental es el resultado de la fusión de la cultura tradicional clásica (comunidad y ley) junto las aportaciones de los pueblos germánicos y eslavos y la tradición judeo-cristiana (persona). A ello habría que sumar las aportaciones propiamente europeas en cuanto a derechos y libertades. Si compartimos esta visión sobre la esencia de Europa, parece que la cultura occidental está en crisis. La cuestión es: ¿De qué tipo de crisis estamos hablando?

Cuando utilizamos la palabra crisis de forma generalizada solemos dar por hecho que nos referimos a su dimensión económica en primer lugar y cuando ésta es prolongada pasa a ser social. No hay ninguna dificultad en identificar el “Brexit” como causante de una crisis por los inmediatas consecuencias económicas y sociales que tiene sobre Europa. Sin embargo, hay realidades que son sintomáticas de una decadencia que es mucho más perjudicial que una coyuntura socioeconómica. Desde hace tiempo ningún país de la Unión Europea llega a la tasa de fecundidad mínima para asegurar la reposición de población y el aborto está permitido en treinta y seis países europeos siendo legal en veintinueve de ellos por cualquier motivo. Este retroceso en la natalidad viene además acompañado por el comienzo de aprobación de legislaciones regulando el suicidio asistido en determinados supuestos.

Se hace entonces evidente, que si la familia o la vida están en retroceso en el continente europeo es porque ha habido una progresiva sustitución de los elementos constitutivos de su identidad. Europa ha sido infiel a los principios que la conforman. Una crisis de fidelidad es una crisis moral que afecta esencialmente a la gran cuestión antropológica: la dignidad humana.

Las crisis no se improvisan. Hay dos pilares de la construcción europea que vienen sufriendo especialmente una degradación progresiva: la cultura y la filosofía.

«Si tuviera que volver a empezar la construcción de Europa, lo haría por la cultura.» Esta cita que se le atribuye erróneamente a Jean Monnet es actual y necesaria. T.S. Eliot abordaba esta cuestión poco después de la Segunda Guerra Mundial en su ensayo “La unidad de la cultura europea” concluyendo que la cultura europea es inexplicable sin la contribución del cristianismo. En los orígenes de Europa había un sentir común en cuanto a los principios impulsados por sus padres fundadores (Schuman, de Gasperi, Adenauer…) cuyas actividades y convicciones fructificaron porque supieron proponer un proyecto que responde a lo que somos sin obviar la herencia cristiana del continente.

La infidelidad anticipada se comete contra el espíritu de estos principios. El movimiento europeo de posguerra se concentró en la segunda mitad del siglo XX en aspectos jurídicos, económicos e institucionales, pero no tuvo una correlación a la hora de asumir un pasado y proponer un futuro común recuperando las raíces de una identidad histórica vinculada a los grandes ejes culturales de Occidente: Grecia, Roma, Bizancio, el cristianismo, la Ilustración y el espíritu científico. De estos seis, se han venido difuminando los cuatro primeros (o incluso rechazado como es el caso del cristianismo), y con la incorporación de los dos últimos, aun siendo aportaciones positivas, no se ha logrado de forma definitiva una integración constructiva debido a la crisis de la razón y a un cientificismo tecnológico. El abandono de ese patrimonio cultural común no puede ser compensado por las instituciones por muy eficaces que sean.

El cristianismo no es el único elemento definitorio de la identidad cultural europea, pero si es el más esencial. Los padres fundadores de la Unión Europea fueron capaces de alumbrar un proyecto con un alma cuyo impulso creador es de raíces cristianas al que se unió la articulación de un cuerpo que aunó intereses comunes en el carbón, el acero, la energía atómica o el comercio. Tras la desolación de las dos guerras fue necesario preguntarnos por nuestra identidad, por aquello que nos constituía y en lo que podíamos colaborar y todo ello fue posible por la conciencia de una necesaria reconciliación que trajese una paz duradera.

Existe en la Unión Europea un exceso de cuerpo que tiene un reflejo muy visible en la burocratización de las instituciones con un engranaje orientado casi exclusivamente a los intereses económicos. La economía o el dinero como referencia es un disolvente de la cultura que la atrofia y la empequeñece haciendo que la cultura dominante sea la del bienestar. Cuando se ha abierto la discusión sobre la vinculación entre el cristianismo y la identidad cultural europea ha prevalecido la posición de separación o cuanta menos dilución del papel del cristianismo. Así sucedió en el debate sobre su inclusión en el preámbulo del texto que pretendía ser la Constitución Europea (finalmente aprobado mediante el Tratado de Lisboa) en el que finalmente se omitió el cristianismo como una las raíces de Europa.

Hoy en día las raíces de la cultura europea se están secando. “La belleza es el esplendor de la verdad.«, afirmó Platón en El Banquete. El profesor Howard Gardner, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales escribió un libro titulado “Verdad, Belleza y Bondad, reformuladas.” El exceso de información y la hipercomunicación con los nuevos medios digitales han dado lugar a una situación de caos en la que es más difícil trascender y Gardner apunta a la necesidad de “… preservar los rasgos esenciales de las virtudes clásicas, sin crearnos la falsa ilusión de volver a concebirlas de una manera idealizada.Para crear cultura hay que volver a prestigiar las virtudes clásicas y no tener miedo en profundizar y redescubrir el componente cristiano en nuestra cultura.

La mencionada cultura horizontal del bienestar económico y social como preocupación casi exclusiva de nuestros gobernantes ha originado un individualismo disociado de la verdad. Sin amor a la verdad queda herida de gravedad la filosofía. Hay que invertir el principio latino “Primum vivere, deinde philosophari.” Necesitamos entender que ideologías nos han llevado dónde estamos. Hay que liberar las inteligencias y unirnos para pensar en cómo recuperar el humanismo europeo al que hacía referencia Laín Entralgo, como aquel humanismo que está orientado hacia una esperanza que es constitutiva del hombre y le trasciende porque se abre a la historia con un sentido y misión más allá de la crisis de la razón, la economía o la obsesión científico-tecnológica.

Si el dinero disuelve la cultura el relativismo desactiva la buena filosofía. Esta enfermedad moral se curará en la media en que se forje un compromiso con la verdad. Parafraseando a Julián Marías y sustituyendo España por Europa concluimos con que “No se abrirá de verdad el horizonte de Europa mientras no haya una decisión de establecer el imperio de la veracidad”. Y el primer paso es reconocer en verdad la dignidad humana.

Ante la necesidad de una vanguardia cultural que dé respuesta a estos desafíos nace la Plataforma Cultural “One of Us” formada por organizaciones y pensadores europeos que tienen el mismo concepto de la dignidad humana.

Gonzalo de Ulloa Lapetra

@GMUlloa

Patrono de la Fundación Valores y Sociedad