«One of us» subraya algo tan evidente como que un embrión es una persona en una fase temprana de desarrollo
Podría parecer una batalla perdida, pero solamente lo están aquellas que no se libran… De ahí el mérito inherente a esta iniciativa defensora de la vida, pionera en Europa, que empieza a dar frutos abundantes una vez superado el millón de firmas recogidas con el propósito de impedir que el dinero de nuestos impuestos sirva para financiar proyectos que impliquen la destrucción de embriones humanos. Un primer paso humilde, corto en relación a la gigantesca parcela de terreno moral conquistada por los partidarios del aborto, pero significativo. Una pequeña victoria que proporciona aliento para seguir avanzando.
«One of us» (Uno de nosotros) subraya algo tan evidente en términos científicos, y sin embargo tan cuestionado por la doble moral hipócrita vigente entre nosotros, como que un embrión de nuestra especie es una persona en una fase temprana de desarrollo. Un ser humano provisto de todas las características inherentes a esa condición, dotado de una inalienable dignidad y merecedor de la correspondiente protección jurídica, tal como reconoció el Tribunal de Justicia de la Unión Europea en una sentencia histórica de 2011. Algo que choca frontalmente con su utilización indiscriminada en un laboratorio.
La plataforma llega hasta donde llega, que es el ámbito de competencias de la UE; básicamente, el del dinero. Desde Bruselas o Estrasburgo nadie puede decir a los gobiernos soberanos cómo regular la protección del no nacido, pero sí en qué gastarse o no gastarse los fondos procedentes de las arcas comunes. Lo que pretenden los impulsores de este movimiento es que ni un solo euro del presupuesto comunitario acabe en los bolsillos de gentes dispuestas a lucrarse con la liquidación de vidas humanas, sea cual sea la fase de evolución en la que se encuentren.
Hasta ahí la iniciativa en sí, perfectamente respetuosa con el rígido marco burocrático que impera en la Unión e impide trascender los límites estrictos marcados en los tratados. El espíritu que alienta en ella, sin embargo, va mucho más allá y delimita el campo de los principios en el cual es indispensable ganar la contienda definitiva; la que decidirá si prevalece en nuestras sociedades la consideración de la vida humana como un valor sagrado o si aceptamos que ese valor sea supeditado a otros intereses cambiantes en función de los tiempos o las conveniencias.
Hoy por hoy quienes abogamos por otorgar a la vida la máxima prioridad, sin concesiones a la coyuntura, vamos perdiendo por goleada, hay que reconocerlo. Paradójicamente, ciertos sectores autoproclamados «progresistas», entre los que destaca el «feminismo» oficial, han logrado privar de entidad propia a la criatura en gestación y convertirla en un mero apéndice de su madre, dotada por ende del «derecho» a matarla o dejarla vivir según su libre albedrío. Otra perversión del «derecho a decidir», aplicada en este caso no ya a una patria común, sino a una vida ajena. Lo han hecho en el terreno legal, gracias a las leyes de plazos vigentes en la mayoría de nuestros países, pero sobre todo en el plano moral e ideológico, hasta sembrar en buena parte de la opinión pública la convicción de que la supervivencia de un niño en el vientre de una mujer es un asunto que compete exclusivamente a esa mujer. ¿Por qué nos escandaliza entonces de tal modo el asesinato de un bebé recién nacido? ¿Cuál es la diferencia de concepto? ¿O acaso un ser humano adquiere esa condición en función de su tamaño? ¿Y por qué no de su color, como pensaban nuestros antepasados? ¿Cuánto tardaremos en llegar a valorar la dependencia como factor determinante, a medida que aumente el coste social correspondiente?
«One of us» nos recuerda que ellos, los más pequeños, los más vulneables, los que dependen de nuestra protección para salir adelante, son uno de nosotros. Nuestro futuro.