El Valor de la Cultura y las Ideas en la vida política

No se puede pretender hacer política sin pedagogía y no se puede, a su vez, hacer pedagogía sin un bagaje ideológico y cultural que le dé sentido y razón. En la vida política es imprescindible explicar con claridad las decisiones que se adoptan, no contentándose simplemente con ejecutarlas. Por eso sin una acción cultural potente y sostenida es imposible que cualquier idea llegue a calar en la sociedad. No cabe pues, a mi juicio, una acción política que no venga precedida de una labor cultural basada en una concepción de la vida y el mundo que sirva de sustento. No es por tanto un verdadero político que merezca tal nombre, quien se limita a administrar la res pública, adaptándose dócilmente a las ideas que han venido plasmando sus adversarios ideológicos a lo largo del tiempo.
Digo todo esto para tratar de describir, en trazos gruesos, la situación actual de la derecha española que se encuentra un tanto acomplejada ante la embestida de otras fuerzas políticas y sociales que están marcando el paso de forma decidida a la sociedad española en la actualidad. Es triste admitirlo, pero hay que reconocer que la derecha ha dado la espalda a la cultura y solo parece encontrarse segura cuando aborda cuestiones de índole económico y financiero. Por lo general, pone su confianza en lo que entiende como avances de la economía y su discurso está basado, las más de las veces, en números y estadísticas para justificar su actuación y así no logra nunca llegar al corazón de la gente.
La derecha trata de explicarse y convencer a través de un discurso tecnocrático, pero nunca trata de emocionar y galvanizar a su base social y a sus seguidores. Una política sin alma es en definitiva una mala y equivocada política. Por eso cuando alcanza el poder se encuentra por lo general incapaz de revertir la situación que ha plasmado con anterioridad la izquierda y acaba capitulando y aceptando de facto modelos que no son genuinamente los suyos.
Lo hemos visto en cuestiones que tienen hondo significado para su electorado. La derecha, al llegar al poder, pareciera encontrarse como atenazada, sin resortes y con una descomunal falta de coraje político que esconde un incomprensible complejo de inferioridad para tratar de cumplir sus compromisos electorales y su propio programa político. Se ha podido comprobar en el tema del aborto, donde el PP ha dado muestras de una incongruencia y una claudicación en realidad vergonzosa. Otro tanto cabe decir de la discutida y discutible cuestión del matrimonio homosexual y ya comienza a ofrecer una penosa imagen de debilidad en la aplicación de la política a seguir en relación con la llamada ideología de género. La siguiente rendición está al llegar y tiene relación con la admisión y legalización de la llamada maternidad subrogada, eufemismo que trata de ocultar los denominados popularmente “vientres de alquiler”.
Se me dirá que en el fondo lo que está ocurriendo es que la derecha por fin se ha ido liberando de la tutela ejercida por la Iglesia en estas cuestiones para seguir una trayectoria madura e independiente en el futuro. Cree que adoptando esas políticas se quita de encima la etiqueta de reaccionaria que tan hábilmente maneja la izquierda para llevarla al huerto. Ello no es más que una muestra, de nuevo, de falta de convicción y oportunismo electoralista que tiene su correlación con otras muchas cuestiones que sucintamente vamos a señalar.
Anoto, en primer lugar, el progresivo abandono que viene haciendo de los postulados liberales en la articulación de sus propuestas económicas que han venido a coincidir al fin y a la postre con lo que diariamente defiende el socialismo democrático. Ello se manifiesta en una creciente regulación e intervención económica por parte del Estado; un gasto público desbocado que es además incapaz de cubrir el déficit creciente de las Administraciones Públicas y un sistema tributario asfixiante que crece año tras año de forma voraz e imparable. El resultado de esa política de claro cariz socialdemócrata lastra el dinamismo y competitividad del sector empresarial e inflige un castigo inmerecido a la amplia clase media trabajadora de nuestro país.
Esta tibieza ideológica que trato de describir guarda también relación con la manera de afrontar en estos momentos el desafío nacionalista, pues viene tratando de utilizar simplemente recursos jurídicos para resolver el desbarajuste autonómico que padecemos cuando lo necesario sería dar vida a un proyecto nacional vigoroso e ilusionante capaz de embarcar a la nación, toda entera, en una nueva etapa de renovada proyección hacia el futuro.
Por desgracia el actual líder de la derecha española representa con bastante fidelidad cuanto venimos afirmando. Es laxo y dubitativo en materia ética y moral y temeroso hasta la exasperación a la hora de hacer frente al embate nacionalista. En la práctica ha abrazado los postulados socialdemócratas en política económica y cuando se decide a abordar medidas para el refuerzo y dignificación de la democracia aplica selectivamente en su propio partido aquellas medidas que al fin y a la postre redundan en el mantenimiento de su exclusivo liderazgo. Rajoy ha acabado haciendo de su slogan “ni ruidos ni líos” su divisa política preferida hasta la derrota final.
Por todo ello es necesario darse cuenta de que no debemos seguir así. Es urgente, en este sentido, que tomemos conciencia de que resulta imprescindible emprender desde la Sociedad Civil un trabajo paciente y esforzado que permita llenar el vacío cultural e ideológico en que se encuentra sumergida la derecha en nuestro país. El partido que la encarna viene dando muestras reiteradas de absoluta incapacidad para hacer frente a los retos del momento presente. La apelación continua al miedo para fidelizar el voto de su electorado constituye un arriesgado y manido recurso que a la larga le acarreará nefastas consecuencias y no pocas tribulaciones para nuestro país.

Ignacio Camuñas Solís