George Orwell acuñó un término en su novela sobre el totalitarismo en los Estados modernos, “1984”, que ha pasado al lenguaje como símbolo de la opresión de las libertades. Y aunque resulte frontalmente opuesta a los presupuestos de un estado democrático, por desgracia podemos afirmar que, hoy y aquí, es real, y cada vez más agresiva: se trata de “la policía del pensamiento”.

La policía del pensamiento es el reverso (tenebroso) de la moneda de lo políticamente correcto: aquella “verdad” cuyo cuestionamiento resulta en el ostracismo social, y que con creciente frecuencia implica severas condenas. Los ejemplos, más o menos graves, son innumerables. Veamos algunos recientes:

  • En 2016 el entonces presidente Hollande llevó al parlamento francés un proyecto de ley por el que las webs que se opusiesen al aborto (cualquier web pro-vida), mostrando las consecuencias negativas del mismo (físicas o morales), fuesen prohibidas, sus responsables condenados con penas de cárcel de hasta dos años, y se les impusiesen fuertes multas.
  • También en 2016 la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, impulsó la ley “contra la LGTBIfobia”, que incluye entre otras aberraciones: que se imponga de forma coercitiva en todos los centros educativos y a todas las edades la introducción de la realidad lésbica, gay, bisexual, transexual, y los diferentes modelos de familia. Y que se elimine el principio de presunción de inocencia, mediante la inversión de la carga de la prueba, considerándose que cualquier acusado de homofobia es culpable mientras no demuestre lo contrario.
  • En 2015, en Francia, el presentador jefe del servicio meteorológico de la cadena pública France 2 (Philippe Verdier) fue fulminantemente cesado por escribir un libro en el criticaba la forma en la que se presenta el cambio climático.

Es sorprendente que en una sociedad “liberada de dogmas” y entregada al relativismo ideológico, por el que las verdades son siempre relativas al sujeto y nunca se conforman en base a una realidad objetiva, se hayan entronizado una serie de pseudo-verdades, y se haya puesto el aparato coercitivo del Estado a su servicio.

Y es que vivimos nuevamente en tiempos de ideologías totalitarias (neo-marxistas de diferente cuño, profetas del género, islamistas, nacionalistas, antinatalistas, animalistas…), que precisamente tienen su caldo de cultivo en el relativismo, y cuyo primer objetivo es control del pensamiento. Así, grandes logros de las sociedades civilizadas como la libertad de conciencia, la libertad religiosa, la libertad de educación, la libertad de prensa… y la propia verdad, son víctimas de atropellos cada vez más graves.

La excusa de dichos atropellos suele encontrarse en grandes ideales: si acabar con la desigualdad económica fue el leitmotiv de los comunistas del XX, la “ampliación de derechos” y la “no discriminación de las minorías” son la cantinela preferida del XXI. Pero las excusas del totalitarismo duran poco tiempo: la realidad nos muestra como la libertad de los que no comulgan con dichas ruedas de molino es violentada, y sus derechos aplastados.

No podemos ser tibios en la defensa de nuestras libertades: los espacios de libertad que no protegemos (quizás porque los ataques no me afectan directamente), son terreno que perdemos. Los atropellos que ahora sufrimos, no son sino el prolegómeno de lo que puede acabar ocurriendo si cada uno de nosotros no asume su propia responsabilidad en su defensa.

Manuel Zayas

Miembro del Patronato

Fundación Valores y Sociedad

 

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