Persona varón. Persona mujer.
Nos adentramos en la vida humana para mejorar la sociedad.
Varón y mujer, son una realidad existente en dos formas a la vez inseparables e irreductibles.
Varón y mujer han de inculcar los valores en nuestra sociedad.
Las doctrinas morales son universales, y no se han de pasar por alto o relegar a un puesto secundario.
El sistema de instalaciones del hombre no coincide con el de la mujer, aunque cada instalación pueda tener considerable parecido.
Si esto no se tiene muy claro el juicio moral puede errar y es cuando aparece la causa de los equívocos que se presentan y perturban la comprensión de los sexos y la valoración de sus respectivas acciones.
Si lanzamos exploraciones a la variación de continuas escaladas para observar el grado moral de la sociedad, observaremos con tristeza la crisis profunda actual de valores y moralidad.
Es importantísimo observar y tener en cuenta la condición social e histórica en la que se realizan las personas, porque esto lleva consigo su propio sujeto de moralidad y los grados de intensidad y autenticidad, en el transcurrir de sus vidas.
Varón y mujer dan origen a una nueva vida, y en el nuevo ser han de germinar los valores en el obrar de la persona, que confiere al fuero interno del proceder que ha de regular el comportamiento individual y colectivo en relación con el bien y el mal y los deberes que implican en la irreductible realidad individual. Tanto en el varón como en la mujer.
Si no portamos los valores morales dentro de nosotros mismos en nuestra dimensión constitutiva, nunca los transmitiremos a los seres que hemos dado origen en nuevas vidas.
La moral consiste, en la intensificación y perfección de la condición propia. Lo humano como recordaba Ortega admite grados.
La virtud o bondad del hombre y de la mujer consiste en serlo en el mayor grado posible, en poseer un criterio de moralidad.
La mayor parte de las inmoralidades nacen de una deficiente instalación en la condición de varón o de mujer, en la atenuación de los caracteres que le pertenecen y en la pobreza o debilidad de los proyectos que emanan de esa condición.
A la pregunta esencial de la filosofía: ¿Quién soy yo? La respuesta está clasificada por nuestra condición sexuada.
En mi experiencia vital de mujer he asistido al ascenso o al descenso de múltiples variedades y multitud de formas y estilos de enseñanza.
Los que amamos las palabras estimamos de suma importancia el enfoque útil desde la perspectiva del cognitivismo, de las nociones de marco, esquema, fondo y dominio, que se utilizan para los entornos cognitivos, que pueden ser efectivos para situar los usos en el discurso que señalan los aspectos que afectan a la moral.
Hemos de presentar maestría en el saber hurgar en la utilización de las palabras que vamos a manejar en la difusión del conocimiento de los valores, en su significado y en la manera de transmitir sus valores contextuales.
En toda enseñanza las palabras no se definen solas. Escudriñarlas es una tarea artesanal que requiere técnica, oficio, precisión y en ocasiones hasta un punto de sensibilidad.
La labor que nos espera en la difusión de los valores en los próximos años es sin duda ingente. Labor que ha de estar diseñada para un entorno digital.
La mayoría de las personas llevan dentro otra, que pide paso y al final logra salir abriéndose la entrada serenamente, hacia sus múltiples proyectos verdaderos, hacia ese entusiasmo por otra forma de humanidad, la que recoge sus realizaciones más perfectas.
Tengo la impresión de que si deciden persona varón y persona mujer irrumpir en el colectivo con una verdadera explosión de rebeldía a inculcar los valores en su entorno social, profesional y familiar, será realizado el proyecto autentico de mejorar nuestra sociedad.
Debemos buscar la máxima concisión y cálculo en nuestros comportamientos hasta el límite de lo posible.
En esto tengo puestas todas mis esperanzas.
Conchita García-Polledo.