Machista, xenófobo, racista, payaso, fracasado, populista…son sólo algunos de los calificativos que en las últimas semanas muchos analistas “serios” y medios de comunicación “importantes” de todo el mundo han dedicado a, nada más y nada menos, que el nuevo presidente de los Estados Unidos.
Hablamos de un señor “que no tenía ninguna posibilidad de salir elegido”, “que iba a ser arrasado por Clinton”, “al que odiaban todas las mujeres, negros y latinos de USA”, “cuya elección iba a conllevar una caída de los mercados nunca vista en la Historia” y que sin embargo es ya el presidente de un país en el que, por cierto, sube la Bolsa en las primeras horas después de su elección.
Todo este periodo electoral lo único que han puesto de manifiesto, una vez más, es que los poderes políticos y económicos y especialmente los medios de comunicación -defensores de “lo políticamente correcto”-, no sólo no entienden las dinámicas de nuestro mundo, si no que tratan de retorcerlas de forma artificial para que se parezcan a su modelo de mundo. Un mundo relativista y sin valores, en el que sus intereses están por supuesto por delante de los derechos y los intereses de las personas y las familias.
Pero el mundo está empezando a decir que “NO”, que no está dispuesto a claudicar en la batalla de las ideas, que no se conforma con ver morir diariamente a miles de seres humanos a través del aborto, que no acepta que le impongan ideologías como la de género que recuerdan a los peores años de siglos pasados y que no se resigna a renunciar a su pasado y a su espiritualidad.
Pero sobre todo, una parte del mundo se levanta para decir “SI”, para recordar que si quiere que la familia continúe siendo el pilar básico de la sociedad, para recuperar valores tradicionales como el esfuerzo y el trabajo en común, y para defender la cultura y la herencia cristiana que tanto ha hecho avanzar a los países más desarrollados y más democráticos del mundo.
El triunfo de Donald Trump, sin ser el mejor candidato, con aristas importantes que pulir, en especial en su relación con otras culturas o minorías, en su afán por levantar muros en vez de construir puentes, o en su uso de un lenguaje que prima lo que nos separa sobre lo que nos une, es la demostración de esta tendencia.
Es la respuesta de un pueblo maduro como el americano a los insultos, a las imposiciones y a las manipulaciones de medios de comunicación y amigos de lo políticamente correcto. Es la continuación del camino empezado en Polonia o en Hungría, en el Reino Unido o en Colombia. Es la constatación definitiva de que las personas construyen el futuro, por encima de la ONU, de la OTAN, de la ideología de género, de los periodistas partidarios de medio mundo – ¿por qué ningún contertulio se pregunta si el perfil pro-aborto de Clinton supuso el castigo del conservadurismo de USA? – y de tantas y tantas instituciones que esperaban continuar dictando el futuro del mundo. Y por ende el futuro de muchas personas, con nombres y apellidos, de cada persona y cada familia.
Y en medio de esta revolución, en el caso americano, el gran perdedor no ha sido Hillary Clinton, que tiene realmente su vida resuelta, desde el punto de vista económico y vital; ni tampoco el Partido Demócrata, que volverá a gobernar más pronto que tarde y que tampoco tenía gran entusiasmo con su candidata.
El gran derrotado ha sido el establishment del país, los medios de comunicación partidistas y, muy especialmente, Planned Parenthood, la gran patronal del aborto en Estados Unidos, el principal financiador de la candidata Clinton, el mayor impulsor y defensor de la ideología de género en nuestro mundo, y, en definitiva, una organización que defiende un modelo de sociedad que, para muchos, es muy nociva para el ser humano ya que no trata de buscar su felicidad, si no que propone un camino vital sin reglas y sin referentes. Y su derrota es, por tanto, una gran noticia para el futuro de la Humanidad.
Y todo ello debe tener también una lectura en clave española. Un país que navega sin rumbo en los últimos años, que tiene un gran problema de relevo generacional pero que tiene una legislación contraria a la familia y a las familias numerosas; que igual aprueba normas en favor del aborto que impone la obligatoriedad de enseñar la ideología de género a los niños en las escuelas; que habla del “poliamor” con la misma facilidad con la que desprecia más de 500 años de historia en común; que defiende a personajes como Bódalo o Monedero a la vez que silencia a héroes como Ortega Lara…es un país sin proyecto.
Quizás el triunfo de Trump ayude a hacer de España un país con valores. Un país con un proyecto común, que sea una nación unida y fuerte; que sepa diferenciar entre buenos y malos, entre terroristas y víctimas; que acoja al que viene, siempre que respete nuestra cultura; que sitúe la persona en el centro de su acción cultural y política; y que en definitiva proponga un modelo social que ayude a las personas a construir su propio proyecto vital, sin imposiciones y en libertad.
España lo necesita. España se lo merece. Esperemos que sea cuestión de tiempo.
Javier Echevarria